Dos años. Es el plazo que por normativa europea (y también española) todos los bienes de consumo deben de cumplir. Todos tenemos más o menos claro qué productos entran en la categoría de garantía. Es esperable que si te compras un electrodoméstico o un móvil, éstos tengan, al menos, los dos años de garantía legal.
Asimismo, es comprensible que los bienes perecederos no la tengan, ya sea una barra de pan o una lata de atún. Pero, ¿qué pasa con otros productos que no son tan grandes o tan caros?
Algo así me ha ocurrido recientemente: Hace un año y 10 meses compré una bombilla LED para sustituir a otra bombilla que consumía todavía bastante más y tenía menos potencia lumínica. Antes de comprarla leí opiniones sobre marcas, componentes, y sobre cuál era mejor o peor. Sin embargo, todas esas bombillas, por muy buenas que fuesen siempre tenían una pega: el coste de la propia bombilla era bastante superior al ahorro que podría suponer cambiarla por la actual, y eso siempre me desanimó a cambiarla. Sobre todo porque nunca puedes estar seguro de que las horas que aguanta la bombilla son realmente las que te anuncia el fabricante.
Hablando de horas de duración: normalmente prometen entre 10 y 15 años de duración, que «traducido» a horas vienen siendo entre 10.000 y 15.000 horas de funcionamiento. Un cálculo rápido limita a 3h el tiempo máximo que dicha bombilla debe estar encendida al día para que llegue a esa capacidad anunciada, pero bueno, creo que ese tema daría para largo.
El quid de la cuestión aquí es cómo los fabricantes gestionarán la garantía. Actualmente, y con el precio de estas bombillas creciendo cada vez más, creo que deberíamos reclamar la garantía de aquellas bombillas que se vayan estropeando porque no han llegado a su vida útil esperada.
Esto debería hacer que los fabricantes se responsabilicen de que sus productos cumplan unos requisitos mínimos de funcionamiento.
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